MERCEDES OLIVERA





MERCEDES OLIVERA

Aportaciones a una genealogía feminista. La trayectoria política–intelectual de Mercedes Olivera Bustamante

Cuando Mercedes Olivera ingresó a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en 1956, la disciplina antropológica llevaba casi dos décadas ligada al proyecto de Estado–nación y, como parte del mismo, la investigación se ejercía de forma aplicada. Con el conocimiento académico se buscaba incidir en la realidad, por lo que éste representaba una especie de ingeniería social al servicio de las instituciones gubernamentales, inseparable, además, de la ideología del desarrollo. La antropología hegemónica de la época se enfocaba en aplicar soluciones técnicas a los problemas nacionales. Su problema era el indígena y su atraso histórico, y la solución encontrada fue "modernizar a los indígenas por medio de la modernización de sus culturas de comunidad" (Rus, 1977: 3).

Poco después de concluir sus estudios, una experiencia en particular le hizo cuestionar el propósito de la antropología y su labor como antropóloga. 

En un proyecto con unidades campesinas nahuas en Puebla, Mercedes fue testigo de la manera en que la combinación de una fuerte presencia cristiana y lo que ella identificaba como los usos y costumbres locales mantenían a las mujeres del pueblo en situaciones de opresión. Así lo recuerda:

Yo veía, por ejemplo, un ritual que le decían la ceremonia del petate. Veía la manera en que las mujeres se tenían que hincar ante las autoridades del pueblo y pedir perdón. Se arrastraban llorando hasta que los demás las perdonaran. Yo recuerdo haber pensado: "¿De qué tengo yo que perdonar a esta mujer?" Lo que había hecho era simplemente tener hijos antes de casarse, como era costumbre en la comunidad. El sentido de la ceremonia era reafirmar la humillación que, de acuerdo con su rol, debían tener las mujeres ante las autoridades de su familia y de la comunidad.

 Hechos como éste la llevaron a cuestionar el papel de los antropólogos, particularmente la forma en que la profesión puede avalar formas de opresión. En este caso, ella fue testigo de cómo sus colegas, desde una visión culturalista, justificaban la opresión de las mujeres nahuas con el argumento de que "así es la cultura de los indígenas".

Simultáneamente, y como parte del mismo proyecto, notó que desde la disciplina no se cuestionaban las causas de la pobreza. La perspectiva culturalista, influenciada por el funcionalismo, identificaba la marginación socioeconómica como resultado de un atraso cultural que se tenía que subsanar. En esencia, los indígenas eran pobres por ser indígenas, no debido a razones históricas y a las estructuras político–económicas que mantienen a esta población en los escalones más bajos de la sociedad. 

Sus experiencias en el trabajo de campo en Puebla le hicieron reflexionar sobre los límites de la antropología mexicana para evidenciar condiciones de opresión y explotación. Más que generar conocimientos para transformar la realidad social de los pueblos —que era su motivación personal—, la doctora Olivera observó que la disciplina servía para seguir reproduciendo las mismas condiciones de marginación. A partir de esta toma de conciencia, optó por dejar la antropología vinculada a la academia para "trabajar directamente con los campesinos para construir un cambio social". 

Apenas en los inicios de su profesión, de esta experiencia temprana se desprenden dos inquietudes que marcarían el rumbo de sus actividades como luchadora social y como intelectual. En primer lugar, un cuestionamiento sobre la utilidad de la producción del conocimiento antropológico y su impacto en la reproducción o posible desestabilización del poder. En segundo lugar, la necesidad de entender y desarticular las formas en que la explotación económica genera condiciones de opresión vinculadas a sistemas patriarcales y a la discriminación étnica. Refiriéndose al mismo proyecto en Puebla, Mercedes narra:

Después me di cuenta que los que estábamos participando en ese estudio, lo que en realidad estábamos haciendo era generar información para que una empresa alemana pudiera identificar la mano de obra adecuada para sus negocios. Fue un abuso de nuestro trabajo. Empecé a analizar la forma en que los países del centro usan, desde una visión culturalista, el conocimiento de la periferia para los intereses de los países industrializados.

Sus reflexiones estaban emparentadas con las de otros jóvenes de su generación, como Guillermo Bonfil Batalla, Rodolfo Stavenhagen, León Duran y Juan José Rendón, antropólogos que provocaron rupturas importantes con los viejos esquemas de la antropología mexicana. Cuestionaban el impacto del enfoque estructuralista y culturalista que se desarrollaba en México bajo la influencia de la academia estadounidense, sobre todo de la escuela de Harvard, en Chiapas. A partir de ahí, iniciaron una crítica sistemática al integracionismo de la política indigenista. 

Estos cuestionamientos llegaron a una confrontación directa durante el segundo Congreso Indigenista, que tuvo lugar en Pátzcuaro, Michoacán (1968). Frente a los representantes nacionales, entre ellos Alfonso Caso, los nuevos antropólogos emitieron una crítica pública. A pesar de la resistencia de los antropólogos que ocupaban puestos importantes en el poder, la postura crítica revisionista logró posicionar sus aportaciones en los debates públicos institucionales y académicos. En su caso, la búsqueda de nuevos espacios de transformación llevó a Mercedes Olivera a implementar proyectos de investigación ligados directamente a la acción social. 

CONTRIBUCIONES A LOS FEMINISMOS 

La propuesta metodológica de investigación de Mercedes Olivera está íntimamente ligada a sus proyectos como feminista. De hecho, han sido las investigaciones con mujeres indígenas las que más han impactado su forma de acercarse a la producción de conocimientos. Desde 1980, ha trabajado en múltiples espacios con mujeres chiapanecas y centroamericanas, particularmente con refugiadas guatemaltecas, con niños y mujeres en Nicaragua y El Salvador, y en los Altos y la zona norte de Chiapas.

En cada uno de estos trabajos su enfoque político se ha orientado a fomentar la autodeterminación de las mujeres partiendo, sobre todo, de los espacios íntimos, "para facilitarles su proyección hacia los espacios públicos que hay y que tendrían que transformar para alcanzar sus autodeterminaciones individuales y colectivas". Mercedes explica que sus estrategias han sido múltiples y han combinado la sensibilización, la construcción de espacios propios, la formación de conciencia individual y colectiva, y la creación de procesos organizativos para el ejercicio y defensa de sus derechos.

Ella considera su experiencia de trabajo más integral y profunda la colaboración con la organización de refugiadas guatemaltecas en el exilio Mamá Maquín. En ese entonces, trabajaba con la organización no gubernamental (ONG) Centro de Información y Análisis para la Mujer Centroamericana (CIAM), que había sido contratada por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). La organización se dedicaba a implementar trabajos de investigación–acción para concretar y desarrollar las capacidades de liderazgo de las propias mujeres. Sin embargo, cuando ellas asumieron su papel, empezaron a cuestionar la perspectiva feminista de las investigadoras y sus actitudes paternalistas. Mercedes recuerda que después ellas tomaron sus propias decisiones y dejaron a las mujeres de CIAM al margen. Las acusaron de imponer su agenda como ONG y no como académicas: 

Fueron choques muy violentos que nos movieron el piso a nivel personal y nos forzaron a reflexionar sobre nuestro eurocentrismo y nuestro racismo internalizados. Esas experiencias nos obligaron a transformar nuestras agendas políticas como feministas y repensar en cómo se desarrollan investigaciones colaborativas.

La ruptura se transformó en nuevas relaciones de colaboración en las que CIAM fue contratada por las dirigentes de Mamá Maquín para trabajar con las refugiadas guatemaltecas, concretamente en la elaboración de estrategias de participación en el proyecto de retorno a sus comunidades, que controlaban los varones integrantes de las "Comisiones Permanentes". En el trabajo conjunto se logró la participación de las mujeres en negociaciones con el gobierno de Guatemala y en la gestión sobre el derecho de las mujeres a la tierra en los nuevos asentamientos de retornados. Las mujeres refugiadas obligaron a Mercedes y a sus colegas a enfrentar las relaciones desiguales de poder que existen entre mujeres debido a sus condiciones de clase, raza o etnia, y a sus experiencias históricas. 

La vivencia le enseñó que para elaborar una agenda feminista hay que trabajar simultáneamente contra el racismo y el clasismo que prevalecen en nuestra sociedad, incluyendo las relaciones entre mujeres en la elaboración de proyectos. En los últimos años, a raíz del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994, la inquietud por ubicar la construcción de las diferencias marcadas por la clase, el género y la etnia desde un planteamiento materialista ha sido uno de los elementos más sobresalientes en sus publicaciones sobre Chiapas. Por ejemplo, en la compilación De sumisiones, cambios y rebeldías: mujeres indígenas de Chiapas (2004), la doctora Olivera utiliza un marco feminista neo–marxista para situar, a lo largo de la historia de México, desde la época prehispánica hasta el presente, las relaciones de exclusión de género, y a partir de la colonia, los cambios acontecidos en el sexismo y el racismo en el estado de Chiapas.

La inquietud por identificar proyectos políticos en común que parten de las diferencias entre mujeres la ha llevado a preguntarse sobre la construcción de los diferentes feminismos. Esto ha generado críticas severas a lo que ella define como un feminismo radical que intenta imponer una agenda o establecer calificativos sobre si un movimiento o un grupo de mujeres es o no feminista. Al respecto, Mercedes escribe:

Nuestro discurso se enriquecería si desarrolláramos la capacidad de aceptar la heterogeneidad del desarrollo social, la diversidad de ritmos de cambio y la variedad de culturas existentes en el país; si tomáramos en cuenta los diferentes modos y grados de subordinación en que vivimos las mujeres; la posición subalterna de las culturas indígenas y los modelos de subordinación genérica que se padecen en Chiapas, así como la inmensa dificultad para transformarlos (Olivera, s.f.).

Extracto del artículo, para leer el texto completo vaya a la dirección de la fuente. 

Fuente: Scielo




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