María Ruido es un
ejemplo extraordinario del cine postdocumental y feminista español. Su obra -e
intereses- se reparten ahora entre Matadero-Madrid y La Panera, en Lérida
Haciendo honor a su apellido («en realidad es el materno», confiesa entre risas), la gallega María Ruido (1967) llegó al ámbito artístico (y al cinematográfico), tarde, pero con el deseo de generar un buen estruendo y derribar muros. Hoy, es un referente del audiovisual español de carácter feminista y documental, tratando temas de esos que levantan ampollas en una conversación políticamente correcta. Desde este fin de semana, algunas de sus películas más emblemáticas recalan en Matadero-Madrid y La Panera (Lérida).
El debate está
servido.
Segunda artista del programa «Profundidad de campo», de Matadero, cuya temática ahora es la violencia. ¿Qué violencia es la que usted trabaja?
En principio, la
palabra causa rechazo. ¿Soy yo «violenta»? Pero la comisaria tiene razón. Mi
trabajo hace alusión a múltiples violencias. Sobre todo, a las estructurales o
menos visibles. Las películas seleccionadas hablan de formas de violencia tan
sutiles que las incorporamos a nuestra manera de ser a través de estereotipos,
sobre todo los aplicados a mujeres.
El hecho de que usted misma se cuestione si su obra «es violenta» me lleva a plantearme cómo es realmente su trabajo.
Si tuviera que
«explicarme», comenzaría recordando que soy historiadora de formación, y diría
que mi labor trata de las contra-narrativas de la Historia, y, por ello, de que
hay otras historias que no son la hegemónica. También me interesan cuestiones
referidas a la representación del trabajo. Evidentemente, todo desde un punto
de vista feminista, con una visión de clase, que no es muy frecuente en el
arte, ni en el cine, no ya solo el español. La violencia está porque siempre
que se habla de Historia, de poder, lo hacemos de imposiciones.
Este programa de Matadero se ocupa del vídeo como técnica. También su forma de entenderlo es peculiar.
En España, aún no
es habitual que exista circulación entre la institución arte y la
cinematográfica como en otros países; personas como Hyto Steyerl o Steve
McQueen, que fluyen por ellas. Tampoco existe aquí una tradición de ensayo
visual. Yo no hago documental, ni siquiera de autor, y no son frecuentes los
trabajos entre el ensamblaje de materiales y las prácticas documentales más al
uso como la entrevista. El mío -quizás porque no he estudiado cine y llegué al
arte tarde- y mi relación con las imágenes tienen que ver con ser espectadora y
con la teoría fílmica feminista. Para mal, porque no encajo en ningún lugar. He
pagado el pato de beber de fuentes ajenas.
Pero eso tiene ventajas: Ha dicho que hace el cine que le interesa como espectadora y que entiendo que no existe.
Desde luego.
Cuando descubro a Chris Marker, a Chantal Akerman o a Laura Mulvay me doy
cuenta de que otro cine es posible. La herramienta es muy potente. Yo la elegí
por lo que lo hicieron muchas mujeres en los setenta que para mí son referencia
y porque no tiene tradición. La carga profundamente masculina que tenían la
pintura o la escultura, no la posee. Además, permite la reproducción. Y aunque
pasó rápido a la Historia del Arte, se olvida toda una parte empleada como
herramienta comunicativa, muy poderosa para generar contrainformación, de la
que yo me he empapado.
La muestra de Matadero coincide con otra que inaugura hoy en La Panera. Dos citas en las que algunas obras se solapan. ¿Es casualidad?
Sí. Quizás allí
hay un capítulo más, el referido a la cuestión colonial, que tampoco es
habitual en nuestra cinematografía. Lo que no es casualidad es que ambas citas
versen sobre la violencia porque este es un momento de acusada violencia. Y
estamos totalmente anestesiados. Si se levantara alguien de hace trescientos
años...
O veinte...
¡O veinte! Es
verdad. Nos hemos acostumbrado a la precaridad laboral, a la hiperflexibilidad,
al maltrato en el puesto de trabajo... Y todo eso no es más que la punta de un
iceberg de hombres asustados porque las mujeres no quieren seguir siendo como
sus abuelas.
Las obras reunidas en Matadero no son numerosas pero abarcan un arco que va de sus comienzos a la actualidad. ¿Ha cambiado mucho su discurso?
Cuando comencé con
la vídeo-acción era muy cría. Tenía 30 años. No era consciente de hasta qué
punto se cosifica un cuerpo cuando se pone en pantalla, como en La voz humana.
En realidad, soy la misma pero soy completamente diferente. Es como cuando te
ves de pequeño, que notas gestos en ti iguales a los de ahora. Pero yo lo veo
coherente y compacto, aunque es evidente cómo se ha sofisticado el lenguaje,
cómo cuento con mejores medios. Y me reconozco en todos los trabajos. Si no, no
los expondría.
Le hago esta entrevista a una feminista de viejo cuño tras un nuevo 8-M multitudinario. ¿En qué punto estamos?
Estamos en un
punto emocionante. Un momento en el que hemos tensado las instituciones pero
aún no se hacen políticas feministas. Se ha conseguido que las chicas tengan
referentes, que no se avergüencen de decir que son feministas, que se empoderen
repensándose, pero queda mucho por hacer. Lo peor que le puede pasar al
feminismo es pasar a las agendas políticas como moneda de cambio o como lo
políticamente correcto. Hay que aprender de la Historia, de cuotas de poder
conquistadas y luego perdidas. La sociedad continúa siendo tremendamente
patriarcal. Y yo, antes que artista, soy ciudadana. La representación es un
territorio político fundamental.
Hablando de mujeres, «Mater Amatísima» habla del derecho de la mujer a no procrear. ¿Se habla poco de cuestiones como estas?
En pocas películas he puesto todo mi bagaje de cine feminista como en esa. Sigue siendo un tabú absoluto hablar del derecho a no ser las madres que se nos pide que seamos, la posibilidad de ser malas madres, por eso me sirvo del mito de Medea. En realidad Mater habla de nuestros deseos más profundos, y eso nos toca a todos.
«ElectroClass» se ocupa de la alienación en el trabajo. Veo que no solo le interesa el individuo; también la colectividad.
Soy ciudadana, y soy trabajadora, algo a través de lo que en ocasiones nos cuesta definirnos. Y la rearticulación no se puede hacer de forma individual. ElectroClass, que adoro, refleja algo que decía Godard: la necesidad no solo de hacer películas políticas, sino de hacerlas políticamente. Esta se hizo con el archivo de ETB, y en parte trata sobre la relación entre cine y televisión, cuando muchos creadores ven en esta las posibilidades formativas que se le niegan al cine.
La reconversión industrial llegó con el PSOE y con las televisiones autonómicas. Lo que podrían haber sido unos canales muy experimentales y locales -en el mejor sentido de la palabra- se transforman en un gran gabinete de propaganda de las Autonomías. Es cierto que no se puede volver a una idea de clase tradicional, el discurso trasnochado de los sindicalistas o de IU, porque esos horizontes no van a volver. El mundo digital llegó para quedarse. Ya no trabajamos en altos hornos. El paradigma analógico es inservible. Pero si no tomamos las riendas con los mimbres que tenemos acabaremos en el neofeudalismo.
Fuente: ABC Cultural
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