IRÈNE JOLIOT-CURIE


 

IRÈNE JOLIOT-CURIE

Feminista, con un fuerte compromiso científico, social y político 

Durante la primera guerra mundial, con 17 años Irene se unió a su madre Marie Curie como enfermera radióloga en los hospitales de campaña del frente. A los 19 años, mientras se licenciaba en Física y en Matemáticas en la Sorbona, ya hacía de ayudante de laboratorio de su madre en el Instituto del Radio. Allí conoció a Frederic Joliot que se convertiría en su marido y su compañero de investigación. Ambos compartían los mismos principios e ideas políticas, un compromiso de lucha por un mundo más justo y la pasión por la ciencia. 

Trabajando juntos descubrieron la radiactividad artificial lo que les valió el premio Nobel de Química en 1935 y que supuso un paso fundamental para el avance de la Física médica. Irene fue una mujer feminista, con un fuerte compromiso social y político, gran defensora de la igualdad y la equidad y luchadora contra el fascismo. Fue subsecretaria de Estado de Investigación Científica del Gobierno francés en 1936 y estaba convencida de que el progreso social podía conseguirse a través del progreso científico. Fue catedrática en la facultad de Ciencias de París. Directora del Instituto del radio y miembro de la Comisión de Energía atómica. 

En 1950 Friederic lanzó el llamamiento de Estocolmo contra la bomba atómica y fue elegido presidente del Consejo Nacional de la Paz. En la entrega de hoy se emite la primera parte.

compromiso político Sensibilizada por el ejemplo de su madre e iniciada por los compromisos feministas de su entorno, Irène toma conciencia muy pronto de la cuestión de la emancipación de la mujer. Su feminismo es muy activo, aunque nunca se inscribe en un movimiento militante. Aprovecha su notoriedad de galardonada con el Nobel para proclamar su opinión sobre la dependencia jurídica de las mujeres, la mayor susceptibilidad al desempleo para las asalariadas y la necesidad de obtener el derecho al voto. 

Convencida de que el derecho al trabajo es el bien más preciado que las mujeres deben adquirir, se adhiere al modelo de sociedad de la URSS, en el que la igualdad completa de los derechos entre hombres y mujeres se realiza plenamente y encuentra un eco en el compromiso político de su marido, militante inscrito en el Partido Comunista francés. Considera que la mujer tiene vocación de ser madre, pero que debe tener libre acceso al progreso, por lo que es favorable al concepto reciente de control de la natalidad, en lo que se opone al Partido Comunista cuando se crean los primeros centros de planificación familiar. Al tomar partido contra la dominación masculina, muestra una modernidad bastante destacable, defiende la dignidad de las mujeres y su derecho a disponer libremente de su cuerpo en el momento en que se vota la ley Marthe Richard, que consigue el cierre de las casas de citas. 

Irène se ha visto marcada desde la primera infancia por los valores de izquierdas procedentes de su abuelo, Eugène Curie, y del círculo de intelectuales y científicos cercanos a sus padres. Para ella, el progreso social pasa por los progresos científicos, y encuentra en los ideales comunistas su oposición visceral a los movimientos fascistas. Convencida del papel social que puede desempeñar la ciencia, se compromete públicamente y toma la palabra en varias ocasiones contra la guerra y el fascismo. Con el físico Jean Perrin, Premio Nobel de Física en 1926, y su marido Frédéric Joliot, escandalizados por la parsimonia con la que el Estado atribuye las ayudas financieras a la investigación, toma oficialmente posición para denunciar la insuficiencia patente de los presupuestos concedidos a los investigadores; su acción, apoyada por el ministro de Educación Nacional Jean Zay, cuyas cenizas se han trasladado recientemente al Panteón, conduce finalmente a la creación, en 1939, del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS), que aporta una mejora notable a los créditos concedidos a la investigación. Todavía hoy, los investigadores continúan proclamando su insatisfacción ante la escasez de medios que se ponen a su disposición. 

El 4 de junio de 1936, Irène acepta el puesto de secretaria de Estado de Investigación Científica que le ofrece Léon Blum en reconocimiento al papel que los intelectuales progresistas han desempeñado en el éxito del Frente Popular. Por desgracia, su acción en el seno del Gobierno no se verá coronada por el éxito. Dimite unos meses más tarde porque considera que no ha conseguido con la suficiente rapidez la realización de sus principales proyectos: mejora sustancial de los presupuestos de investigación, reorganización de los estudios científicos para las niñas con derecho a conseguir licenciaturas y títulos, aumento de las relaciones de los investigadores con la industria y, finalmente, protección de las invenciones de los investigadores. Soporta mal la lentitud administrativa, la ausencia de voluntad manifiesta del Gobierno Blum para hacer avanzar sus proyectos y su vacilación ante la cuestión del derecho al voto de las mujeres. 

A este desacuerdo político se añaden las agresiones misóginas y las críticas personales de las que es víctima, en especial en la prensa, donde se siente caricaturizada, y los problemas de salud atribuidos al empeoramiento de su enfermedad tuberculosa. La sucede Jean Perrin. Después de su breve participación en el Gobierno, Irène continúa sus combates políticos y vuelve a la lucha antifascista. Se adhiere al Comité de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas, que se oponen a la actitud de no intervención proclamada por Léon Blum y sus ministros, en respuesta a la ayuda solicitada por Franco tras la insurrección en el Marruecos español. En 1940, la pareja entra en la Resistencia. Frédéric lleva una doble vida clandestina, mientras que Irène, debilitada por la tuberculosis, se instala en 1942 con sus hijos en Suiza, donde continúa lo que ella llama una «resistencia pasiva», acogiendo a los científicos extranjeros perseguidos por los nazis. Pacifista desde su experiencia de la Primera Guerra Mundial al lado de su madre, considera como modelos de sociedades igualitarias y pacifistas a la URSS y a las nuevas democracias populares comunistas del Este, a las que espera ardientemente que Polonia, su patria materna, se añada con rapidez. Los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, los días 6 y 9 de agosto de 1945, son, para la pareja Joliot-Curie, un choque violento acompañado de un sentimiento intenso de culpabilidad, compartida por todos los físicos implicados en el desarrollo de la energía nuclear. 

También viven estos acontecimientos como una traición por parte del Gobierno americano, que se ha creído autorizado a hacer un uso militar de sus descubrimientos. A través del CEA, Irène y Frédéric intentan entonces organizar una Cooperación Científica Internacional que tiene la misión de velar por que el desarrollo de la energía atómica y sus aplicaciones solo puedan ejercerse con una finalidad pacífica… Por desgracia, en este periodo de guerra fría en que se enfrentan los bloques americano y soviético, los políticos no quieren dejar la menor parcela de poder a los científicos. Mientras continúa incansablemente su trabajo en el laboratorio, Irène sigue comprometida en su lucha por el pacifismo y el feminismo. 

Está convencida de que la paz es en gran medida un asunto de las mujeres. En 1948, copreside, con el biólogo inglés Julian Huxley, el Congreso Mundial de los Intelectuales por la Paz y la Libre Circulación de los Descubrimientos que tiene lugar en Polonia, con quinientas delegaciones que representan a cuarenta y cinco países; se unen a ella artistas y resistentes, como Pablo Picasso, Fernand Léger, Vercors y Paul Éluard. En abril de 1949, se crea el Consejo Mundial de la Paz, dirigido por Frédéric Joliot-Curie, que inspira un año más tarde el llamamiento de Estocolmo que exige la prohibición inmediata del arma atómica, firmado por más de catorce millones de franceses y ciento cincuenta millones de personas en el mundo. El último mensaje oficial de Irène, dirigido al Congreso Mundial de las Madres que se celebra en 1955, resume todo su combate: «Apruebo la iniciativa de la Federación Democrática Internacional de las Mujeres de convocar un Congreso Mundial de las Madres para la defensa de sus hijos contra el peligro de una nueva guerra […] que sería la guerra atómica». 

Muere de una leucemia aguda el 15 de marzo de 1956, a la edad de cincuenta y ocho años, dos años antes que su marido, víctima de una cirrosis secundaria a una hepatitis inducida por la radiación. 

Fuente: galicia






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